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Jorge Javier - La Ultima Raya

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Mi excitación, era enorme y otro comentario me hizo llegar al orgasmo. Tras unos minutos quietos los dos, fui yo quien rompio el silencio. Mi nombre es Javier tengo 35 años, soy un hombre normal, rubio, ojos claros, no muy alto 1,70, y de complexión delgada, Ana es un bombom, tiene mi misma edad, llevamos casi toda la vida juntos, morena, delgada pero con curvas, buenas tetas, buen culo, y muy fogosa en la cama. Cuando llegue a casa despues del trabajo, le dije a Ana: J. Ana lejos de decirme que no, puso cara de vicio, y dejo de ver la televisión, diciendo espera aqui, no tardo. A los dos minutos Ana entro en el salón, llevaba una mascara veneciana y un body de rejilla, que le cubria todo el cuerpo y que solo tenia dos agujeros, uno en su vagina y otro en su culo, mi erección no se hizo esperar, cogi mi movil y le hizo unas cuantas fotos, a ella tambien le estaba excitando todo esto, cada vez ponia poses mas sensuales, hasta que termino a cuatro patas sobre el suelo abriendo sus dos agujeros, tras hacer esa ultima foto, dije: J.

Al mismo tiempo que la poblada invadía el palacio, una comisión se había dirigido a casa de Freire. Éste, huyendo de las influencias que lo asediaban, había tratado de ocultarse en casa de un amigo; pero perseguido hasta allí mismo, fue rogado y estrechado para que autorizase con su presencia el desorden que acabamos de ver. Fatalmente persuadido de la apremio de aquel paso, vistiose con su uniforme y se presentó en la plaza. Su presencia hizo el alcance que se deseaba, y fue valido con una general aclamación. He aquende la causa de la conmoción que se había dejado sentir. El general se dirigió entonces a la galería de gobierno dispuesto a prestar sus servicios a las autoridades legales y a la conservación del orden. Empero el Presidente había salido, y se encontró solo en medio de sus fatales amigos. Ya ve usted cómo ha abandonado el campo porque su conciencia lo acusa y su impotencia se lo ordena.

Todo empezó a girar. Vine a pedirte perdón. Te extrañaba mucho, de veras. Se cubría los ojos, blanca como un papel. Hizo un esfuerzo para sobreponerse y recobrar el control. Respiró hondo, antes de hablar. Lo hizo despacio, sintiendo que en cualquier edad se le quebraría la voz: —No me pasa nada, ya estoy perfectamente.

A Mónica. La coca me entra del tirón. Me llega hasta el abecé del alma. Es viernes y el reloj del Astra marca las merienda de la noche. Loquillo canta La mataré y yo sigo mentalmente esa letra que tanto me encanta. He quedado con Roberto a las doce en el Jomer. Hace una confusión triste. Lamo la coca que queda en la carpet a de los papeles del carro y la guardo en la guantera. Trago saliva y noto como me baja el amargor a la garganta.

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