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Ética empresarial

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XXXIII Tras haberse resistido con ahínco, Marianne cedió al deseo de su hermana y consintió en salir un día con ella y la señora Jennings a dar un paseo de media hora. Puso como condición que no hicieran visitas y se limitó a acompañarlas a Sackville Street, a la joyería Gray, donde Elinor estaba en tratos para cambiar las joyas de su madre, ya pasadas de moda. Cuando estuvieron en la puerta de la tienda la señora Jennings se acordó de que enfrente vivía una amiga a la cual debía visita, y como no era necesaria su presencia en la joyería, resolvió visitarla mientras sus jóvenes amigas trataban con el joyero. Luego se reuniría con ellas. Una vez entraron en Gray, se encontraron con tanta afluencia de clientes que tuvieron que esperar.

Reconocimientos de la compiladora H ay muchas personas a quiénes agradecer por su ayuda y apoyo en el desarrollo de este proyecto de juntar las cartas y los escritos de la hermana Ita Ford, MM. La abstracción de esta colección fue inspirada por la visita de su hermano, Bill Ford, al Colegio nivel universidad de Marymount Manhattan y una ponencia que él dio a nuestros alumnos acerca de su hermana y su asesinato, en El Salvador en , adosado con otras tres mujeres norteamericanas de la Iglesia. Su hermano Bill confirmó que había muchas, pero su aforo era muy fuerte para leerse. Estoy agradecida a Bill y su comunidad por su apoyo. Me propuse dar a conocer estas cartas porque tengo la certeza de que muchas personas pueden ser beneficiadas con la oportunidad de escuchar la voz de Ita.

El mismo día nació otro niño británico en una familia acaudalada conocida por el nombre de Tudor, que sí lo deseaba. Y no lo esperaba con menos anhelo todo Inglaterra. Gran Bretaña lo había ansiado y lo había pedido a Dios durante baza tiempo, que el pueblo, al admirar su ilusión realizada, se volvió aire loco de alegría. Durante varios días y varias noches, personas que escasamente se conocían, se abrazaban y se besaban llorando, todo el mundo se tomó un día de jubilosa bohemia, aristócratas y vasallos, ricos y pobres lo celebraron con festines, con danzas, canciones y borracheras. Pero no se hablaba en absoluto del otro pequeño, Tom Canty, envuelto en miserables andrajos, excepto entre sus familiares mendigos, a quienes venía a perturbar con su presencia. Londres contaba ya mil quinientos de existencia y era una gran ciudad, al menos para aquella edad. Las calles eran muy angostas, sinuosas y sucias, particularmente en el alfoz donde vivía Tom Canty, no acullá del Puente de Londres. Eran esqueletos de gruesas vigas entrecruzadas, con asentado material intermedio, revestido de yeso. Las ventanas, pequeñas y con vidrieras formadas por cristalitos en forma de rombo, se abrían hacia el exterior, sobre goznes, como las puertas.

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